lunes, 27 de noviembre de 2017

CRÍTICA: WAJIB de Annemarie Jacir



Wajib, Palestina/Francia/Alemania/Colombia/Noruega/Qatar/Emiratos Árabes Unidos, 2017.

Wajib, la tercera película de Annemarie Jacir, se llevó el Astor de Oro a Mejor Película en la 32 edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. 




   Wajib puede traducirse como “Deber social”. En la película de Annemarie Jacir dicho deber consiste en entregar invitaciones de casamiento en mano. La tarea estará a cargo del padre de la novia, Abu Shadi, un maestro de escuela que vive en Palestina, y de su hijo, Shadi, recién llegado de Roma. La entrega de invitaciones, los reencuentros con familiares y amigos, las calles de la ciudad y el trayecto recorrido juntos en el viejo auto del padre avivarán tensiones escondidas.

   La directora inscribe su historia en referencia al viejo enunciado de Tolstoi, “Describe tu aldea y serás universal”. Sólo que “su aldea”, dividida entre el mundo tradicional (el del padre) y el occidental (el del hijo), lejos está, en apariencia, de ser un todo.
   Las primeras señales de que existe un malestar latente entre los protagonistas, proviene del ocultamiento. Ambos esconden que fuman. El padre porque ha sido sometido a una cirugía coronaria y tiene prohibido fumar y el hijo porque sostiene que ha dejado el cigarrillo anticipándose a las consecuencias.
   Abu Shadi, el padre, mucho tiempo atrás, sufrió el abandono, bochornoso para él, de su mujer y ha debido hacerse cargo de la crianza de los menores. Ahora su hija está a punto de casarse y él aún sueña con inscribir a su hijo dentro de las costumbres del pueblo, quisiera que regrese y también se case con una mujer Palestina.
   Shadi, por su parte, que ha estudiado arquitectura y reside en Roma, encuentra a su ciudad de origen sucia y mal conservada. Tolera a regañadientes las costumbres tradicionales y se muestra intransigente con todo aquello que provenga de Israel (convive con su novia, hija de un conocido líder de la OLP).
   Con esas diferencias, padre e hijo recorrerán las calles de la ciudad haciendo explícitas las tensiones en tono de amable comedia.
   Finalmente, al caer la noche, luego de innumerables disputas, con el deber social medianamente cumplido, ambos se sientan en el balcón de la casa a fumar, ya sin ocultamientos, un cigarrillo conciliador.


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