viernes, 3 de octubre de 2014

CRÍTICA: PERDIDA de David Fincher

 
PERDIDA (Gone Girl, ee.uu. /2014) - Dirección: David Fincher /  Elenco: Ben Affleck, Rosamund Pike, Neil Patrick Harris, Tyler Perry, Carrie Coon, Kim Dickens.

  

   Perdida trae de regreso a David Fincher, aquél que después de filmar Zodíaco se fuera de copas con Benjamin Button.
 
   La película narra la historia de Nick (Ben Affleck) y de su esposa Amy (Rosamund Pike). El conflicto se desencadena cuando, sorpresivamente, la mujer desaparece de su propia casa y los rastros de violencia encontrados hacen presumir un horrible desenlace. Todas las miradas se posan en Nick; se sospecha que él la ha matado y que ha hecho desaparecer la evidencia (el cuerpo, la materia).
   Y ella que, para colmo de males, de los males del atribulado Nick, no aparece por ningún lado. No la encuentran, desapareció de la faz de la tierra, se le ha perdido el rastro.

    Ella, Gone Girl, la perdida.

   Fincher, en la película, desde la artificialidad de la forma, desde las conductas de sus personajes, torna patente la dificultad para distinguir lo falso de lo verdadero en un mundo donde, como en el cine, todo es representación. Porque en “Perdida” nada es lo que parece; allí todo es simulacro, apariencia, verso, cuento. Las personas mienten, las imágenes mienten. 

    Y ella, Amy, la mujer perdida, es la peor de todas. Se ha vuelto puro simulacro.

   ¿No es lícito preguntarse entonces qué es lo que en realidad se ha perdido? ¿Qué es lo que ya no está?

   Lo que se ha perdido, lo que ha desaparecido, lo que se ha clausurado definitivamente en estos tiempos, sugiere Fincher, es la puerta de acceso a la realidad. A la verdad misma. Porque ésta ha sido sustituida por la pura representación.

   La única verdad, aquí y ahora, es que ya no existe la verdad. Esa es la única realidad. 

   En el final de "La dama de Shanghai" (Orson Welles - 1947), la destrucción de todos los espejos -los innumerables simulacros detrás de los cuales se escondía la realidad- desvelaba finalmente la verdad.
   Fincher sostiene que esa verdad, en el mundo que nos toca en suerte, ya no es tal sino que se trata de otro simulacro. Es un nuevo juego de espejos; otra mentira, otra representación. Sólo que ese laberinto de espejos -el de ahora- es más sofisticado, más etéreo e inasible que nunca.
   
   Dan ganas de balearse en un rincón, como dice el tango.
   Es para quedarse despierto toda la noche, con la misma resignación y miedo de Nick en el final de la película, agarrado a un osito de peluche.